POR LUCIANO DE CECCO
El sábado pasado me tocó jugar uno de los partidos más difíciles de mi carrera. Unas horas antes del debut en la nueva temporada de la Súper Liga de Italia me enteré de que había fallecido mi abuela Haydeé. Fue un palazo en la cabeza. Como ya escribí, los deportistas profesionales no somos robots, por más que muchos se hagan la imagen de que todo es color de rosas: vivimos muchos momentos tristes a la distancia, sabiendo que no podemos hacer nada, siendo conscientes de que nos faltan esos abrazos tan necesarios.
Desde que murió mi otra abuela, Gladys, hace dos años, le prohibí a mi familia que me oculten estas noticias, por más tristes que sean: así que el sábado me lo dijeron temprano, aunque tuviera que jugar pocas horas después.
De todos modos, decidí no contarles a mis compañeros ni al entrenador de la Lube Civitanova: recién se enteraron cuando lo posteé en Instagram después de ganarle a Padova.
Ese día estuve menos expresivo que de costumbre, pero dentro de la cancha hice lo que tenía que hacer para el bien del equipo, más allá de que sentía que no estaba en mi mejor versión. Bloqueé las emociones por unas horas. Cuando las desbloqueé, al terminar el partido, me cayeron todas las fichas encima.
Mi “nonna” era muy importante para mí. Estaba muy presente en mi vida. La voy a extrañar para siempre. Y nunca me van a alcanzar las palabras para describir todo lo que significó para mí.
Afortunadamente, al volver de los Juegos Olímpicos pude ir a visitarla a Salta, donde vive toda la familia de mi papá. Compartí muchos momentos hermosos con ella: eso me deja en paz. Poder disfrutarla en esos días fue la mejor decisión que pude haber tomado.
Durante esas pequeñas vacaciones compartimos cada almuerzo y cada cena. Y tomamos mucho café juntos. No soy muy expresivo en palabras, pero era muy afectuoso con ella: me tiraba a su lado en la cama mientras ella veía la novela y nos quedábamos charlando. Eran momentos inolvidables.
Mi hermana siempre recuerda que la “nonna” siempre nos esperaba con su menú especial: milanesas con arroz rojo, un arroz con ají que le salía riquísimo.

Mi abuela Haydeé, con la medalla de bronce en su casa de Salta, en mis últimas vacaciones. La voy a extrañar muchísimo
En mi visita a Salta, la abuela se sacó fotos con mi medalla de bronce. Ella me veía feliz y se ponía feliz. Además, sabía de la perseverancia y del esfuerzo que hace cualquier deportista para llegar a subirse a un podio olímpico.
La “nonna” sabía que soy “cero cholulo”, así que era cuidadosa de contarle a todo el mundo que yo estaba en Salta. Sin embargo, no se contuvo y les dijo al kiosquero al que le compraba los diarios en los que yo salía y también al señor que le vende unas empanadas salteñas que son una “perdición” para mí.
En esos días a cada momento aparecía un familiar nuevo en su casa: ella estaba orgullosa de que yo estuviera ahí.
En las semanas siguientes seguimos en contacto a través de un grupo familiar de WhatsApp y la llamé algunas veces por teléfono. Le encantaba que le llamara. Siempre me preguntaba si estaba contento, si era feliz, si me sentía bien. Era muy cariñosa. Y me sabía contener.
En Europa tengo dos recuerdos que me van a conectar siempre con ella: un centro de mesa y un portallaves hechos por artesanos de Salta.
Pero más allá de lo material, mi abuela Haydeé y mi abuela Gladys van a estar siempre en mi corazón. Tuve mucha relación con ellas, me sentía muy ligado en todo sentido.

Un hermoso recuerdo con mi abuela Gladys y mi hermana Giuliana
Me crié con ellas, porque mi papá era jugador profesional de básquet y mi mamá trabajaba, así que mis abuelas estaban muy presentes para mí y mi hermana.
En sus casas, las dos abuelas tenían fotos de la familia por todos lados. Giuliana y yo estábamos por todas partes. Y las dos, también, habían hecho rinconcitos con recuerdos, recortes y trofeos míos.

Mi abuela Gladys también estuvo muy presente en toda mi vida
A partir de los 14 años comencé a verlas en menos ocasiones, porque el vóley ocupó mucho tiempo en mi vida, pero siempre las sentí cerca más allá de la distancia física.
A la abuela Gladys le decíamos “Baba”: hace tiempo me tatué ese apodo en la muñeca de mi brazo izquierdo.

Sonrisas y disfrute a pleno con mi abuela Gladys y mi herma “Giuli”, en Santa Fe
También recuerdo con una enorme sonrisa las veces que pudieron verme jugar en vivo, en Salta o Santa Fe, y también siento que me entregué al máximo con ellas en los pocos momentos en los que podíamos estar juntos.
No sé si tendré un hijo que me llegue a ver dentro de una cancha, pero sí puedo estar tranquilo de que mis dos abuelas me vieron jugar con esa hermosa camiseta celeste y blanca de la Selección.