POR LUCIANO DE CECCO
En Tokio me eligieron como el mejor armador de los Juegos Olímpicos, pero eso pesa cero en mi cabeza. No quiero parecer irrespetuoso, porque es un halago importante, pero siempre dije que cambiaría todos mis premios individuales por ganar las finales y los partidos por medallas que perdí.
Lo que va a quedar en la memoria es el bronce que ganamos. Si quisiera acumular premios individuales tal vez debería haber probado con el tenis. El vóley es un deporte de conjunto y así lo siento.
Lo único que puedo garantizar es que empujé todos mis límites cada día de los Juegos, en lo físico y en lo psicológico, para estar al máximo de mis posibilidades y que eso le diera un plus a la Selección para competir contra las potencias. Pero no me detengo en los elogios o en los premios. Es más: en Tokio miraba todo el tiempo los partidos para ver en qué estaba fallando, en qué podía mejorar.
Cuando le ganamos a Francia 3-2, en la primera fase, muchos me dijeron que había jugado un partidazo. Para mí había sido mi peor juego, porque sentía que fallé en un montón de cosas. Tenía la cabeza metida en mejorar cada día, especialmente en los cruces que importaban, los que nos podían poner un escalón más arriba.
En la cancha yo casi no hablaba. Estaba siempre serio, callado. Creía que no era el momento. Había muchas voces en el equipo. La mía no iba a ayudar. Sólo hablaba cosas particulares en determinadas acciones, porque mi función así lo pide. Me enfoqué en hablar menos y hacer más.
Trataba de tener la concentración y la lucidez para darle la pelota a quien se la tuviera que dar en cada punto, en cada momento importante, tanto sea para empezar una remontada o para cerrar un set. Durante muchos años me criticaba porque decían que en los puntos decisivos yo quería sorprender o buscarle una vuelta más difícil a cada pelota. Aquí los resultados hablan.
Me concentré en dársela al que hacía los puntos. Si era Facundo Conte, lo iba a buscar hasta en el baño. Si eran Bruno Lima, lo buscaba hasta en la utilería. Y si era Solé, lo iba a buscar hasta Rosario. Claro que con Facu y Seba por ahí no hace falta ni hablar: con sólo una mirada alcanza.
Antes decían que me quería destacar o lucir: ahora pude demostrar, en unos Juegos Olímpicos, que ningún premio individual está a la altura de los logros colectivos.
Fotos: Volleyball World