POR ARIEL PONS

Primer entrenador de vóley de Luciano

 

Lo que Luciano nos hizo vivir en estos días es difícil de explicar. En el momento en que terminó el partido por el tercer puesto contra Brasil grité como desaforado, como hacía tiempo no gritaba. Los vecinos deben haber pensado que había enloquecido. Fui su primer entrenador de vóley y hoy somos amigos, pero trato de no molestarlo ni mensajearlo demasiado. De todos modos, en esa madrugada no me contuve y le mandé un audio de WhatsApp. Se me caían las lágrimas.

En 1992 tuve la suerte de viajar a Barcelona para ver el vóley en los Juegos Olímpicos en los que Brasil consiguió su primera medalla de oro. Aquella vez, como sudamericano, lloré de emoción: un equipo de nuestra parte del continente estaba en lo más alto. Todo eso significa el vóley para mí. Es el deporte que amo.

Volví a vivir una experiencia olímpica en 2016, con Luciano en cancha, en los Juegos de Río. Pero esta emoción de Tokio, pegado a la televisión, me desbordó. Durante la ceremonia de premiación lloré como un niño. Ver la bandera argentina elevándose y mirar a Luciano ahí, en el podio, besando su medalla de bronce, son imágenes muy fuertes. Imágenes imborrables.

 

Luciano, abajo, a la izquierda, con la camiseta N° 1, en una de las fotos más antiguas de sus comienzos en Gimnasia de Santa Fe.

Me siento muy afortunado de haber visto todo el recorrido que lo llevó hasta ese podio. Recuerdo como si fuese hoy que empezó a jugar al vóley en nuestro club, Gimnasia y Esgrima de Santa Fe, en 1999. El club, que tiene un perfil integral y polideportivo, contaba con su escuelita deportiva con múltiples opciones. Pero hasta ahí, el vóley era sólo femenino y el básquet, masculino. En aquel momento hablé con Alcides Landi, una persona muy importante para el club y para el jardín de Gimnasia, y decidimos abrir la opción de vóley masculino. Luciano fue uno de los pibes que jugaban al básquet que también quiso probar con el vóley. Ése es el comienzo de la historia.

Como entrenador, uno rápidamente advierte el talento de un pibe. Y recuerdo que, apenas empezó a entrenarse con nosotros, Luciano ya mostraba unas cualidades únicas. Ricardo, su papá, me preguntó un día cómo veía al pibe. Le dije que quizás algún día podría llegar a ser armador de la Selección Argentina. Y no exageraba.

No es, por cierto, que yo haya sido adivino. Pero su facilidad para el deporte era notable. El básquet, por esos años, era su favorito, y en el club se comentaba que podía llegar a la NBA. Pasa sólo con algunos “elegidos” que están tocados por la varita mágica. Porque además lo ponías a jugar al fútbol y jugaba muy bien. Y lo ponían en una cancha de tenis y también lo hacía muy bien.

De hecho, en 2002 hizo algo que parece inédito: fue campeón provincial de básquet y de vóley. Es decir, se destacaba tanto que integraba selecciones de dos deportes distintos.

El equipo de Gimnasia y Esgrima que participó de la Liga Nacional Sub 14 en agosto de 2001 en Mar del Plata.

Por supuesto, su camino hasta el bronce incluyó mucho esfuerzo. Nadie llega tan alto sólo por talento. Él siempre recuerda que yo lo hacía practicar contra una pared: mil o dos mil golpes de arriba, con una pelota pesada, de las medicinales. Alguna que otra vez esas pelotas se rompían y se llenaba la cara de arena con la que están hechas. También hacíamos ejercicios tratando de que armara con tanta precisión que la pelota debía entrar por un arito muy pequeño.

Luciano se empecinaba y yo sentía que me estaba diciendo, sin ponerlo en palabras, que se entrenaba más que los titulares, que eran mayores que él. Era muy respetuoso de mis decisiones, pero todo el tiempo hacía cosas para que me viera obligado a tenerlo como una opción concreta para estar dentro de la cancha cada domingo.

Con Ariel “el Negro” Pons, su primer entrenador de vóley.

Siempre cuento una anécdota de Luciano a los 11 ó 12 años, en unos partidos amistosos que jugamos contra La Calera, de Córdoba, en nuestra cancha de Gimnasia de Santa Fe. En un momento, él le advirtió al árbitro de abajo que el equipo rival estaba cometiendo una infracción en su rotación: estaba haciendo “zona”. Antonino Conti, el técnico de La Calera, no podía creer que un pibe tan chico hubiera advertido eso. Luciano siempre tuvo esa visión periférica, esa capacidad de ver o leer la cancha con mayor lucidez que el resto.

En su categoría podía jugar de cualquier cosa, no sólo de armador. Tenía capacidad para atacar o recibir y hasta jugó de central. En un torneo en Provincial de Rosario hizo 14 puntos de saque sobre 15 del set. Su facilidad era asombrosa.

Aun con todas sus cualidades para el vóley, yo siempre supe que el básquet era su gran ilusión. Como entrenador siempre fui respetuoso y nunca traté de inclinar la balanza ni de bajarle línea para que se volcara de lleno al vóley. Odio la gente que es obsesionada y quiere que todos hagan sólo su deporte. En Gimnasia y Esgrima somos un club polideportivo y queremos que los chicos se desarrollen integralmente. Sólo trato de que amen mi deporte tanto como lo amo yo, pero jamás pondría a un pibe a elegir entre una disciplina y otra. Esa decisión es muy personal.

Luciano, en uno de los eventos solidarios que realizó en su Santa Fe natal.

Inclusive, su primera apuesta por convertirse en un deportista profesional se dio con el básquet, cuando lo reclutó Ben Hur de Rafaela. Sin embargo, no fue una experiencia positiva. Poco después se dio la chance de Bolívar, a través de una consulta que me hizo Mario Martínez, quien estaba a cargo del proyecto de captación y nos invitó a un campus. En Bolívar, los chicos recibían esa contención que quizás faltó en Ben Hur. Luciano se entusiasmó y quiso probar. Poco después estaba jugando un Mundial Sub 19 en Argelia y dos años más tarde, en 2006, era el armador de la Selección Mayor.

Desde que se fue a Bolívar hasta hoy, muchísimos años después, Luciano nunca dejó de volver a Gimnasia. Recuerdo inclusive que a veces viajaba con nosotros a torneos en el interior de Santa Fe sólo para compartir unos días con sus amigos del equipo. Ese sentido de pertenencia no se perdió jamás.

Tampoco perdió el sentido de pertenencia con la ciudad de Santa Fe. En distintos momentos, él organizó eventos solidarios. Uno, en Gimnasia y Esgrima de 4 de Enero, otro en Unión y el último en el estadio de la Universidad Tecnológica Nacional. Este último viernes, la ciudad lo distinguió como ciudadano santafesino destacado.

Luciano, con el equipo de sus amigos en un evento solidario en Santa Fe.

Con los años, nuestra relación se transformó en una hermosa amistad. Hablamos mucho y generalmente no tocamos el vóley en nuestras charlas. Trato de apoyarlo mucho, de hacerle sentir esa cercanía que necesita alguien que desde los 14 años no paró de viajar por el mundo y que se perdió muchísimas cosas por estar lejos de su familia, sus amigos, su terruño.

Hace unos días me escribió para decirme que nos veíamos el jueves. Pero no se aguantó. El miércoles llegó a Santa Fe, se encontró con la sorpresa de un pasacalles en la puerta de su casa. Compartió unas horas con su familia y me llamó. Yo estaba tomando mates, con una picadita de salamín y queso. Me dijo que, si lo acompañaba, nos íbamos para el club. Y ese mismo miércoles a la noche nos fuimos al club a ver vóley femenino. Así es Luciano con Gimnasia.

Cada vez que vuelve al club se mete respetuosamente en los entrenamientos, habla con los chicos y las chicas, les da consejos, se muestra cercano, accesible, muy humano. Uno mira a los pibitos y no pueden creerlo: están charlando o jugando un ratito con su ídolo. Y él aprovecha y sortea remeras o les comparte algo que trajo de los Juegos Olímpicos. En esas acciones está sembrando semillas poderosísimas.

Luciano, muy cómodo en el club de sus amores, el día que volvió a Santa Fe

Quizás para otros suene extraño, pero para nosotros ya se hizo natural verlo con una inmensa sonrisa yendo de una cancha a otra dentro de su querido Gimnasia y Esgrima, el club que orgullosamente ahora tiene a un medallista olímpico.