POR LUCIANO DE CECCO

 

Hubo una época en la que estaba las veinticuatro horas pensando en vóley. No cortaba nunca. No era sano. Con los años aprendí a buscar un equilibrio, porque lo que hago fuera de la cancha o del gimnasio también alimenta mi rendimiento y me hace sentir más liberado de la cabeza cuando tengo que jugar al máximo nivel.

En ese proceso entendí que el vóley ocupaba mucho tiempo en mi vida: ocho meses en la temporada de clubes y la etapa de Selección Argentina de cada año. En todo ese período sufrís presiones, exigencias y muchas situaciones que te marcan lo que otros esperan de vos. Por momentos te metés en ese mundo y te olvidás de vos mismo. Hubo un instante en el que advertí que había dejado de sentir felicidad como deportista. Encima, el Luciano más humano estaba siempre solo, muchas veces triste. Disfrutaba poco e inclusive me costaban las relaciones sociales. Hasta que hice clic, porque sólo quiero ser feliz.

Por supuesto, muchas veces tenés incorporadas cuestiones muy internas que te cuesta cambiar. Pero al fin y al cabo, por más que seas un voleibolista de elite, en el deporte siempre se pierde más de lo que se gana. O al menos no se gana siempre.

Sé, por supuesto, que como deportistas profesionales nos pagan por hacer ese trabajo del mejor modo. Soy muy responsable, me cuido y quiero hacer todo al máximo de mis posibilidades en una práctica o en un partido. En la cancha me vacío completamente.

Sin embargo, ahora sé que no puedo cambiar el resultado una vez que terminó un partido. Así que trato de que eso no se vuelque a mi vida fuera de la cancha. Cuando salgo del vestuario, después de un partido o una práctica, trato de no llevarme nada negativo. Dejé de ser ese robot que necesitaban los demás y que a mí me hacía sentir vacío.

En Salta, una ciudad en la que me encantaría vivir: es pura tranquilidad

Por todo eso, estas últimas semanas en Argentina fueron muy intensas. Intensas y llenas de vida. Volver a casa y al club de toda mi infancia y reencontrarme con mis amigos de Santa Fe, por ejemplo, son cosas tan necesarias como entrenarme a pleno. Visitar a mi abuela, tíos y primos en Salta y desconectarme y hacer algo de turismo también fue hermoso. Es imposible separar al deportista del ser humano: somos un todo.

El mismo día que llegué a Santa Fe me fui a ver a las chicas de Gimnasia: el club me despierta un sentimiento muy fuerte

En Santa Fe hubo cosas simples como estar con mis viejos y mi hermana, en casa, sin prisas, sin horarios. Y hubo ritos que me encantan, como hacer un asado con mis amigos, reírnos y revivir viejos momentos. Esta vez, además, pude verlos disfrutar de mi medalla: la tocaban, la contemplaban, se sacaban fotos. La felicidad de ellos era la mía.

El ritual del asado con amigos: risas infaltables y necesarias.

Además, traté de estar muy presente en Gimnasia y Esgrima, mi histórico club, porque ahí empecé y crecí, y fue el lugar en el que conocí gente muy valiosa para mi formación. En ese club comencé a soñar y a desarrollar mis habilidades, pero más allá de mis sueños personales encontré un sentido de pertenencia que es algo infinitamente más grande que mirarse el ombligo. Ese club es mi segunda casa y ese sentimiento no se olvida jamás.

Todos los deportes de Gimnasia me brindaron un aplauso, un pequeño homenaje o me hicieron un regalo significativo. Traté de retribuirles tanta generosidad con mi presencia durante horas y horas, siempre con una sonrisa y con el cariño que tengo por esa institución y por mucha gente que es tan especial en mi vida y en la vida de muchas otras personas que tengo a mi alrededor.

Gimnasia y Esgrima es como mi casa

También intenté mostrarme cercano a otros clubes de Santa Fe, porque me interesa que el vóley en particular y el deporte en general tengan cada vez más chicos haciendo vida sana, forjando sueños, sintiéndose parte de algo más grande. En eso, los clubes son imprescindibles.

Otra cuestión que me llenó de orgullo fue recibir una distinción del Concejo Deliberante de Santa Fe. No descubro nada si digo que es un halago que te reconozcan en la ciudad en la que naciste y creciste.

También viví momentos muy especiales en Salta y Buenos Aires. Estoy muy agradecido y espero haber devuelto todo el cariño que recibí. Desgraciadamente, no puedo estar en todos lados al mismo tiempo. Pido disculpas por todas las invitaciones que no pude aceptar. Fueron muchísimas. Fue increíble. Seguramente en el futuro podré cumplir con tanta gente y tantos clubes con los que no pude hacerlo esta vez.

En Salta disfruté muchísimo. Toda la familia de mi papá vive allí y es una ciudad hermosa, en la que me encantaría vivir. Se respira tranquilidad, tiene paisajes hermosos y no sufrís el tránsito cuando te subís al auto. Todo parece ideal. Además, viajé junto con un amigo y pude visitar a mi abuela Haydé y también a mis tíos y a mis primos. Los extrañaba y compartimos momentos muy gratos.

Cuando supo que iba a viajar hacia allá, Leandro Etchezar, presidente de la Asociación Salteña de Vóley, me propuso visitar clubes pequeños y playones deportivos para contribuir al desarrollo del deporte. Acordamos una agenda para todas las tardes y traté de brindarme al máximo, siempre con perfil bajo.

En Buenos Aires, antes y después de los días de prácticas con la Selección, también tuve la posibilidad de visitar los clubes Italiano y Ciudad de Buenos Aires, en los que me trataron de maravillas. En esos encuentros traté de volcarme entero, para que los pibes no sólo conozcan un personaje que sale por televisión, sino que conozcan al deportista y también a la persona. Me encantaría tener muchas charlas como ésas, porque veo mucha curiosidad en la gente, en los chicos.

En Argentina, los clubes son fundamentales, no sólo por la práctica deportiva, sino por todo lo que generan. Desde mi modesto lugar, quisiera aportar un granito de arena para que mucha gente se acerque a los clubes, más allá de que lleguen o no al alto rendimiento.

Con 33 años sé que el vóley en algún momento se termina y lo que queda es lo que uno construyó fuera del deporte. Por eso, después del bronce en Tokio traté de vivir intensamente, disfrutar y, en cierta manera, recuperar todo eso que uno se pierde al estar lejos. Mi familia, mis amigos, mi club, Santa Fe y Salta son partes esenciales de mí. No puedo imaginarme sin todo eso.

Lo que disfruté en estas semanas en mi país es esencial, porque ya es imposible separar al deportista del ser humano. Y yo me siento más pleno ahora. Más feliz. Menos robot. Todas estas energías positivas también son una medalla para mí.