POR OSCAR CANTERO

Utilero de la Selección Argentina

 

Lo conozco desde 2005, cuando empecé a trabajar en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD) y él estaba en la Selección de juveniles, y puedo decir que la humildad es lo que hace más grande a Luciano. Yo conozco la otra cara del mejor armador del mundo y es por todo eso que me siento tan cercano a él. En dieciséis años compartimos miles de charlas, mates, cafés, asados, cenas y viajes en auto: no nos hace falta ni hablarnos para saber cómo está el otro.

Cada vez que puede, me invita a su casa a tomar unos mates. O me avisa, apenas vuelve al país, que tal día vamos a cenar y no puedo decirle que no, porque a él lo vi hacer cosas de gran corazón. Y lo vi dormir en el piso de la utilería del CeNARD mientras yo armaba las canchas, ponía las redes o inflaba las pelotas.

En 2005, Jon Uriarte lo citó para la preselección de mayores. Y dio la casualidad de que vivíamos en la misma habitación con él y Julián Álvarez. Luciano era el cuarto armador de ese equipo y casi lo único que hacía era alcanzar pelotas. Me sacaba el laburo a mí. Ja. Un día, poco después de despertarnos, me cruzo en un pasillo a Luciano. Cuando vuelvo de desayunar, abro unos bolsos que encuentro en la utilería y encuentro toda la ropa de él. ¡Había renunciado a la Selección porque sentía que estaba perdiendo el tiempo!

Me fui por detrás, para que no me vea, y le dejé la ropa de nuevo en la habitación. Ya nos conocíamos las mañas. Y volví a la utilería. “Dale, pelotudo: ¿adónde te vas a ir? ¿Estás loco?”, le dije. Se quedó y se entrenó con otra ropa. Después de la práctica, con Julián no paramos de hablarle: él era chico, extrañaba mucho y tenía ideas “locas”. Sentía que si no jugaba no tenía sentido estar ahí.

Empezamos a charlar a la noche, después de la cena, o mientras tomábamos mates. “Vos sos chico y tenés que tener mucha paciencia. Por algo te llamaron a la Selección. No te van a llamar para juntar pelotas”, le decía todos los días, todo el tiempo.

El resto de la historia es bastante conocida: pocas semanas después estaba jugando la Liga Mundial y, un poco más tarde, el Mundial de Japón. Todo eso como titular. Después no paró de crecer.

Cantero, entre De Cecco, Milinkovic y Gramaglia, antes de la partida del plantel argentino para disputar el Mundial 2006 (Foto: Somos Vóley)

Desde entonces estamos muy unidos. No somos muy sociables y no  nos hace falta hablar demasiado. Es más, creo que usamos más palabras cuando nos mandamos audios mientras él está en Italia que cuando estamos juntos. A veces voy donde esté viviendo en Buenos Aires y nos ponemos a mirar una película o tomamos mates sin necesidad de ser tan expresivos. Eso sí: sabemos que nos tenemos uno al otro para contarnos nuestros problemas, nuestras penas, nuestras amarguras.

Cuando la Selección se subió al podio en Tokio se me caían las lágrimas mirando la tele. Mi hija me preguntó si estaba triste. Y yo no le podía explicar la alegría que tenía. Conozco a todos estos pibes hace un montón de años. Y recuerdo a Luciano durmiendo en la utilería antes de sus primeros Juegos Olímpicos, en la preparación para Londres 2012. Guardé esa foto para siempre.

Luciano, dormido sobre unas colchonetas dentro de la utilería del CeNARD (Foto: Gentileza Oscar Cantero)

Y también recuerdo un montón de charlas y viajes en auto por la Panamericana, porque él tiene un corazón gigante. En una época, mi hija era muy chiquita y yo tenía que tomarme el tren muy temprano para poder llegar una hora y media antes al laburo. Luciano empezó a buscarme en auto a la hora que yo necesitaba, me compraba unos bizcochos gigantes hechos a la parrilla en el camino y, mientras yo armaba todo, él se tiraba a dormir en el piso de la utilería. O se quedaba esperando para que tomáramos un mate o charláramos un rato antes del entrenamiento.

También conozco a su familia, por supuesto. Él siempre se ríe porque en un momento viajamos a Santa Fe para un partido solidario y fuimos a la casa de sus “viejos”. Y su papá me preguntó si yo quería hacer el asado y le dice que sí. “¿Cómo vas a poner a hacer el asado al invitado?”, le decía Luciano.

Cantero, en compañía de Luciano De Cecco y Gustavo Scholtis.

En mi laburo yo no hago diferencias con el resto de los pibes, pero afuera del trabajo está claro que tengo una relación especial con Luciano. No me importa sacarme fotos con él ni andar diciendo que es el mejor armador del mundo. A mí, que vine del Chaco y llegué al vóley de casualidad, me gusta esa humildad que lo hace tan grande: sus invitaciones a tomar mates o a mirar una peli. Y a hablarnos sin decirnos palabras, como buenos cascarrabias que somos.

 

Fotos principales: FeVA