POR LUCIANO DE CECCO

 

Nunca alcancé a imaginar lo que sentiría al estar parado sobre un podio olímpico con ese tesoro de bronce colgado del pecho. Pasan los días y sigo sin caer. Es tan preciado lo que logramos en los Juegos de Tokio que guardé la medalla en su estuche y no quiero ni tocarla: tengo miedo de romperla o rayarla.

Ser medallista olímpico es una sensación que me cuesta poner en palabras. Creo ni mi papá ni mi mamá saben cuánto significa, todo lo que se mueve dentro de mí. Para llegar acá pasamos años sin ganar partidos, con quilombos dirigenciales, económicos o de lo que fuere. Siento que hemos dado todo por la Selección durante muchos años y hemos recibido poco o nada a cambio en muchas situaciones.

Desde hace varios años yo venía diciendo que, si no conseguíamos algo grande, el vóley argentino iba a desaparecer. Ése era mi pensamiento. Ahora lo conseguimos. Me encantaría que las cosas cambien, que los chicos que nos sucedan en la Selección no tengan que vivir un montón de cosas que vivimos y sufrimos nosotros. Y que el vóley renazca.

Mi único miedo es que no se aproveche lo que se generó en Tokio. De hecho, creo que nosotros aún no dimensionamos lo que vivió la gente acá, en Argentina, con ratings televisivos increíbles y una movida alucinante en redes sociales: sería una pena inmensa que eso quede en la nada.

Ya tengo 33 años y juego en la Selección desde los 18. Habíamos ganado los Juegos Panamericanos de 2015, pero nos faltaba algo de la dimensión de la medalla en unos Juegos Olímpicos. Nunca me pesó la sombra del bronce de Seúl 1988 y también tenía la tranquilidad absoluta de haber dado lo máximo de mí: me podía retirar tranquilo cuando llegara el momento.

Pero al mismo tiempo siento que, desde el bloqueo de Agustín Loser contra Brasil, me saqué una mochila de mil millones de kilos. Y alcanzamos algo que buscamos y deseamos tantísimo. Estoy agradecido con todos mis compañeros, con cada integrante de este equipo.

Pusimos nuestra firma en un lugar increíble. Ahora, para Argentina es Seúl 1988 más Tokio 2020. Y mi nombre está ahí, entre esos 24 voleibolistas argentinos que se subieron a un podio olímpico.

 

Fotos: Volleyball World